Antoniazzi debió postergar su sueño de ingresar a la universidad por la guerra de Malvinas, y luego, en los 90, tuvo que abandonar su carrera por cuestiones familiares. Pero tras volver y con gran esfuerzo, recientemente, y a sus 62 años, se recibió.
El pasado 5 de marzo, una pequeña esquela, un escrito en papel, dejado en el área de Alumnado de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), despertó gran emoción en la comunidad universitaria.
Decía “aprobé la última materia de la carrera de Contador Público” y expresaba el agradecimiento por el acompañamiento brindado desde la Facultad para poder recibirse de Contador Público.
Estaba firmado por Andrés Saúl Antoniazzi, un excombatiente de Malvinas, de Santa Lucía, Corrientes, quien, por distintas razones, recién con 62 años pudo finalizar su carrera universitaria.
Fueron muchos los festejos de sus familiares y amigos tras la graduación, pero a la vez era poco el tiempo para festejar, pues el flamante egresado de la UNNE tiene muy próximo cumplir otro momento clave en su vida: el regreso a las Islas Malvinas, el próximo 11 de abril.
Justamente, el viaje a Malvinas era algo que Andrés decidió postergar varios años para poder terminar sus estudios universitarios, aún a sabiendas de que quizás no tenga otra oportunidad de viajar.
“No haber podido terminar mi carrera fue un dolor constante, por años; por eso recibirme implica cerrar una herida, sacarme una mochila pesada. Regresar a Malvinas será sacarme la otra mochila que me pesaba”.
Así, en diálogo con UNNE Medios y en el marco del 43º aniversario de la Gesta de Malvinas, Andrés rememoró su historia, marcada a fuego por el conflicto bélico, pero en la que, según sus propias palabras, “poder estudiar fue deseo permanente y un bálsamo tras la guerra”.
Un poco de historia
Nació en la ciudad de Goya, pero pasó gran parte de su infancia y la adolescencia en Santa Lucía por cuestiones de trabajo de su familia, donde realizó sus estudios primarios y secundarios.
Desde temprana edad se mostraba interesado en estudiar una carrera universitaria y la aspiración por alcanzar ese sueño se acercaba cuando transitaba sus últimos años de la escuela secundaria, tramo que coincidió con la obligación de realizar el servicio militar.
Así, el sueño de inscribirse en la universidad se postergaría, para cuando termine la colimba. Esperaba que para el servicio militar le toque un lugar cerca, para no alejarse de su familia y conocidos.

Sin embargo, el número de sorteo le deparó cumplir servicios en la Infantería Marina, con una etapa previa de rigurosa instrucción de dos meses en el centro de formación del Parque Pereyra Iraola en Buenos Aires y luego el destino fue el Batallón de Infantería de Marina N°5 en Tierra del Fuego, hasta completar 14 meses.
Pero la experiencia de la “colimba” no solo implicaría estar muy lejos de su casa y por mucho tiempo, sino que se transformaría en algo que cambiaría su vida: la guerra.
Desde Tierra del Fuego, Andrés debió movilizarse a Malvinas, donde su batallón desplegó operaciones de defensa en los montes Tumbledown, Sapper Hill y William.
Allí debió entrar en combate, perdió amigos, camaradas y vivió una experiencia inesperada. “Ahora rememoro lo que hice con 20 años y no puedo creerlo. Enfrentamos a hombres de 40-45 años, militares de carreras, y que no eran solo ingleses sino integrantes de ejércitos de distintos países nucleados en la OTAM”.
Tras los días en Malvinas, finalizados los enfrentamientos, una parte del batallón regresó a Ushuaia en el buque Almirante Irizar y el grupo restante, entre ellos Andrés, debió retornar en el buque hospital Bahía Paraíso a Puerto Belgrano para hacer reparaciones.
Fueron 54 horas de viaje a Puerto Belgrano, donde estuvieron un día antes de volar a Río Grande, lugar en el que se entera que no volvería a su casa, sino que debía seguir su etapa de servicio militar obligatorio.
En esos días, como era muy difícil entablar comunicación, los padres de Andrés fueron a la central telefónica de Santa Lucía, Corrientes, cuyo operador era padre de otro conscripto del mismo batallón que ya había regresado a Ushuaia, y de ahí al batallón desde donde se comunicó con su familia.Previous
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“Ahí mi padre pensó que quedé en Malvinas, porque yo no los llamé, pero yo estaba en un buque con otro destino”, recordó.
Días después, finalmente Andrés se comunicó con su familia, con gran emoción de su padre que no podía hablar, y alegría de su madre, a quienes igualmente tuvo que darles datos precisos sobre qué plantaciones había en el campo en Santa Lucía y preguntarle sobre los trabajadores para que realmente confirmen que era su hijo quien llamaba.
A pesar de lo vivido en la guerra, debió cumplir trece meses de instrucción en Tierra del Fuego y un mes antes le dieron la baja como premio por haber estado en Malvinas.
Recién a principios del mes de septiembre de 1982 le confirmaron que podría regresar a su casa. Así, el 3 de septiembre, día del cumpleaños de su madre, le entregaron el DNI para poder volver y al día siguiente salieron desde Río Grande hacia el aeropuerto de Ezeiza en ciudad de Buenos Aires.
Si bien la Armada les otorgaba pasajes en tren, decidió regresar en colectivo a Santa Lucía para hacerlo más rápido. En la Terminal, al llegar, ni bien se detuvo el ómnibus, su padre subió hasta la mitad del pasillo para abrazarlo.
“Mi padre lloró los 74 días que estuve en Malvinas, mientras mi madre era más fuerte en ese sentido”, reflexionó, y recordó que desde Malvinas le escribió dos cartas a su familia, fechadas el 11 y 18 de abril, pero luego estuvieron incomunicados por 63 días en las islas, hasta el regreso al continente.
Continuar los estudios
Antes de la guerra, Andrés tenía pensado cursar estudios universitarios, pero no tenía definida una carrera.
“Cuando vuelvo de Malvinas mi papá me preguntó qué quería hacer, y le dije que quería estudiar Medicina, pero me respondió que era muy larga. Y como un compañero del servicio militar me había contado sobre las materias que cursó de ciencias económicas, me decidí por contador”.
Para estudiar se fue a vivir a la ciudad de Resistencia, en la que compartió departamento con el actual Decano de la Facultad de Ingeniería, doctor ingeniero Mario De Bórtoli, oriundo de Goya.
A buen ritmo avanzó en su carrera, logrando llegar a 22 materias aprobadas de un total de 30 del plan de estudio de ese momento.
Se veía ya en la recta final, cuando a su padre le detectaron una enfermedad grave que lo obligó a regresar a Santa Lucía y dejar los estudios.
Con el tiempo le planteó a su padre la posibilidad de reorganizarse para retomar la carrera, a lo que su padre pidió esperar un poco, “ya tendrás otra oportunidad”.
Hasta llegar esa otra oportunidad en medio pasarían 27 años, en los que Andrés debió trabajar, formó una familia, tuvo dos hijas, y en los que siguió transitando recuerdos de la guerra y también estando latente su deseo de seguir estudiando.
Luego de 22 años de servicios, la empresa en la que trabajaba cerró y al buscar otra fuente laboral enfrentaba la limitante de la edad, lo rechazaban por superar los 50 años.
En busca de otros horizontes, fue a una escuela técnica de Santa Lucía a capacitarse en oficios y en esos cursos empezó a relacionarse con estudiantes más jóvenes, quienes le pedían que le cuente sobre su historia en Malvinas.
“Esa buena relación con los jóvenes me hizo ver que mi edad quizás no sería un problema para volver a estudiar en la universidad”, sostuvo.
Así, “un día viernes de frío, negro, con llovizna, barro, bien al estilo Malvinas, llegué a la Secretaría de Bienestar Estudiantil de la Facultad y pregunté sobre mi situación académica y me dijeron que estaba en condiciones de continuar mi cursado”.
Fue de esa forma que se reinscribió, con incertidumbre, pero con una dosis mucho mayor de esperanza e ilusión.
En el año 2019 fue a vivir a la ciudad de Resistencia para cursar dos materias teóricas-prácticas, y luego por la emergencia por pandemia debió permanecer en Santa Lucía desde donde continuó con las actividades académicas de manera virtual.
En el año 2022 retomó la carrera de manera presencial, pudiendo regularizar sus últimas dos materias y rendir un final, pero nuevamente sus planes se frenaron por tener que dedicarse a organizar el lote de campo que recibió en Santa Lucía.
En medio de largas jornadas de trabajos de desmonte de su campo, aprovechaba los tiempos de descanso para mirar videos sobre la materia que le faltaba por rendir.
Tuvo varios intentos de inscribirse a ese examen, pero sentía no estar lo suficientemente preparado, hasta que, a finales de diciembre de 2024, presenció una mesa de examen de esa materia en la facultad, y allí se sintió listo, por lo que pasó los meses de enero y febrero estudiando por horas cada día, incluso a pesar del calor y los cortes constantes de energía.
A finales de febrero dio el gran paso de inscribirse para la mesa de exámenes de la primera semana de marzo.
Para poder rendir sin pasatiempos y con calma, decidió alojarse un día antes en la ciudad de Resistencia. Pero el mismo día del examen, 5 de marzo, le avisan que debía ir a Corrientes para firmar los papeles del viaje a las Islas Malvinas.
“Si bien el viaje era mi gran ilusión, la zanahoria por delante era el examen”, expresó.
Fue así que se presentó a la mesa de la materia Contabilidad Pública, y pasó sin sobresaltos, y pudo obtener así el tan ansiado título universitario.
“Cierro una herida, cierro una etapa de mi vida”, dijo en relación al significado de haberse graduado, y agregó que “sin dudas que la guerra me marcó a fuego, pero la universidad también lo hizo”.
Andrés rememoró las varias veces en las que viajaba a la ciudad de Corrientes por razones médicas o algún tipo de trámite, y “me cruzaba hasta Resistencia para caminar por los pasillos de la facultad, pues me hacía bien, me reconfortaba”.
Por su historia de vida y por su esfuerzo como estudiante, recibió recientemente un reconocimiento por parte de la Facultad de Ciencias Económicas.
Ya con el título en mano, aunque en verdad falta todavía el acto de graduación, señaló que su objetivo es primero hacer experiencia trabajando con otros pares contadores o en estudios contables, “pero sé que quiero dedicarme a mi profesión”.
En este mes de abril, a 43 años del conflicto bélico, Andrés volverá a pisar el suelo Malvinas. Lo hará junto a una comitiva de excombatientes de la provincia de Corrientes que toman este viaje como un cierre a lo que le deparó la guerra.
“Espero que me reconozcan como el hombre que luchó con la pluma y la palabra para ser contador”, bromeó sobre su buena relación con los excombatientes y añadió que “más no puedo pedir, me recibí y volveré a Malvinas”.
Para concluir, remarcó que siempre tiene presente el sacrificio de su padre y madre, quienes gracias a la ayuda económica le permitieron estudiar durante su primera etapa universitaria.
Su madre aún vive, tiene 81 años y goza de buena salud, y fue la primera en enterarse que se recibió de contador, incluso antes que sus hijas, a quienes también agradece por el acompañamiento para el logro del título universitario.